lunes, 8 de mayo de 2017

A [sort of] poem: I don't deserve it. | Un[a especie de] poema: No lo merezco.

A [sort of] poem:

I don’t deserve it.

I want to be happy;
want to be in love.
I want to find someone
that loves me just as much.
So far, I haven't had any luck.
Why? I don't know.
Maybe, I don't deserve it.
Maybe I'm not cut out for it.
Maybe I'm not good enough.

You can say I'm still young,
that I have my whole life
in front of me and a long time
to find what I'm looking for.
But I don't want to wait.
I need to be loved.
Because I feel like I'm not.

And I don't know why that is;
maybe cause I haven't opened up enough.
Or cause I don't go out a lot.
Because people scare me;
I know I can't trust them.

If I give them my heart
they'll just crush it.
It happened before
and I'm afraid
it will happen again.
I'm all out of spare parts
to use to fix it.
It's broken and fragile,
but despite everything
it's still beating.

And I know there's somewhere
a person that can take good care of it
and maybe even nurture it back to full health,
but how can I know who to give it to
without having it broke again?

It could be that I've been
surrounded by the wrong people,
and that some of their bad customs
have rubbed off on me,
but I want to think that
I'm not beyond redemption
and that I still have a chance.

To be good and to love;
to be taken care of and loved.
But maybe I don't deserve it
because nobody thinks I do.

And maybe they're right,
or maybe they're not.
The truth is, even I started to think
I don't deserve to be loved by anyone.








Un[a especie de] poema:

No lo merezco.

Quiero ser feliz;
estar enamorada.
Quiero encontrar a alguien
que me ame por igual.
Hasta ahora, no tuve suerte.
¿Por qué? No lo sé.
Quizás, no lo merezco.
Quizás no estoy hecha para eso.
Quizás no soy lo suficientemente buena.

Podes decir que todavía soy joven,
que tengo toda la vida
delante de mí y mucho tiempo
para encontrar lo que estoy buscando.
Pero no quiero esperar.
Necesito ser amada.
Porque siento que no lo soy.

Y no sé por qué es así;
quizás porque no me abrí lo suficiente.
O porque no salgo demasiado.
Porque la gente me asusta;
sé que no puedo confiar en ellos.

Si les doy mi corazón
lo van a aplastar.
Pasó antes
y tengo miedo
de que vuelva a pasar.
Ya no tengo repuestos
para arreglarlo.
Está roto y es frágil,
pero a pesar de todo
aún sigue latiendo.

Y sé que en algún lugar hay
una persona que lo pueda cuidar
y quizás incluso lo pueda curar,
pero cómo voy a saber a quién dárselo
sin que me lo vuelvan a romper?

Puede que haya estado
rodeada de la gente equivocada,
y que algunas de sus malas costumbres
las haya adoptado,
pero quiero pensar que
no estoy más allá de la redención
y que aún tengo una oportunidad.

De ser buena y de amar;
de ser cuidada y amada.
Pero quizás no lo merezco
porque todos piensan eso.

Y quizás tienen razón,
o quizás no.
La verdad es que, incluso yo empecé a pensar
que no merezco ser amada por nadie.

let me write my own epitaph | déjame escribir mi propio epitafio

(Song or Suicide - HIM)


  Di mil vueltas antes de llegar acá y, aunque logré venir después de todo, todavía me cuesta dar el último paso y abrir la puerta. Sé lo que me espera del otro lado, y no quiero enfrentarlo. Me pasé todo el finde preparándome para esto, pero ahora que estoy parada frente al aula empiezo a dudar si realmente estoy lista para entrar.

  No quiero dar explicaciones porque sé que no las hay. Lo que pasó no tendría que haber pasado, pero me dejé llevar. Si abro la boca solo voy a encontrar lástima como respuesta, y no quiero eso de gente a la que no le importo. Que ironía sería recibir compasión de la gente que es responsable de mi situación actual. Es por esta razón que no quiero hablar del tema. Porque sé que si empiezo, no creo que pueda terminar. Y todo se iría al infierno si eso pasara.

  El problema es que es lunes, y la clase de hoy va a ser especialmente difícil. Como estoy llegando tarde –tanto por tomarme mi tiempo para llegar hasta acá, como también por quedarme parada frente a la puerta cerrada- mis “amigos” ya deben estar sentados todos juntos. Somos impares en esta cátedra, así que no debe haber asiento libre para mí al lado de alguno de ellos. No es como si importara de verdad. De hecho, sería mejor así, sino tendría que fingir más. No sé dónde me voy a sentar y, después de todo, no me importa.

  Al abrir la puerta me encuentro con todas las miradas posadas en mí, seguramente todos están sorprendidos de que esté llegando tarde. Es porque yo nunca llego tarde; pero hoy sí, porque en realidad no quería venir. El profe me da la bienvenida como si nada hubiese pasado, y está bien ¿cómo podría saber que ese no es el caso? Le pido disculpas por llegar tarde e invento una excusa con la cual cubrirme, él me dice que me queda la falta igual y yo le respondo que no hay problema. También le digo que no pude hacer el trabajo práctico que había que entregar hoy y que acepto que me quede como no entregado. Cuando me pregunta por qué no lo pude hacer, le miento y digo que no tuve tiempo.

  No queriendo interrumpir más la clase, me giro en torno a mis compañeros y escaneo los bancos en busca de uno disponible. Al final tenía razón, mis “amigos” están sentados todos juntos y no hay lugar para mí. Sin importarme mucho esto, al fin y al cabo siempre es así, me dirijo al único asiento libre que está cerca de gente que conozco. Casi como si el Universo quisiese compensarme, resulta que el banco que vi es el que está al lado del tipo que me gusta. En cualquier otra ocasión estaría sumamente feliz, pero después de vivir los peores días de mi vida me cuesta sentir algo remotamente cercano a la felicidad. Solo quiero que la clase continúe como si nada y que todos hagan de cuenta que no estoy acá, como siempre.

  Me siento y él se da vuelta para saludarme con una hermosa sonrisa que me derretiría por dentro, si hubiese algo para derretir. Pero ya no hay nada. Lo saludo a él y a sus dos amigos, que están sentados atrás nuestro. Mientras, el profesor reanuda la clase con facilidad, retomando el tema del cual estaba hablando antes de que yo entrara. Todo se desenvuelve con normalidad, como si nada hubiese cambiado. Y para ellos todo sigue igual, nadie sabe lo que pasó, no le dije a nadie.

  Así se pasa la primera hora hasta el recreo. Durante éste, antes de bajar para interactuar con mis “amigos”, voy al baño a desahogarme un poco antes de continuar con esta farsa. La cantidad de energía que hace falta para llevar a cabo esto es más de la que poseo y de la que voy a poseer. Apenas puedo soportarlo; las ganas de gritar, de llorar, de romper cosas, es demasiado grande. Pero no lo puedo hacer; sé que no lo voy a hacer, así como que tampoco voy a hablar. Sin importar qué y cuánto me pregunten, no voy a decir nada.

  Son todos unos mentirosos, unos farsantes, pretenden que les importo pero ninguno pudo prever lo que iba a pasar, lo que pasó. Ciegos, todos ellos. Y sordos, y mudos. Porque nadie dijo nada; porque no sabían, porque no les importaba. Y si supiesen ahora, les daría lastima. No necesito esto; necesito que me escuchen, que me entiendan, que me ayuden. Necesito que estén ahí para mí, pero ninguno de ellos lo estuvo, ni lo va a estar.

  Él me habla con tanta naturalidad, me hace creer que tengo una chance de ser su amiga. Pero lo dudo, conozco mi vida y mi suerte. Las cosas buenas no me pasan a mí. Los tres charlan entre ellos, animados y relajados, fuman y hablan de muchas cosas y a la vez de ninguna. No entiendo el tema de conversación, pero tampoco estoy prestando mucha atención. Simplemente me limito a fingir una sonrisa y asentir; a pretender que estoy presente. Pero no lo estoy, ni siquiera con él a mí lado.
  Cualquiera que estuviese prestando detenida atención se daría cuenta de mi mirada vacante, y de cómo dejo de sonreír cuando nadie me ve. Pero nadie me presta atención; para todo el mundo yo solo estoy ahí, o más bien, no lo estoy. Siempre me siento como si no estuviera acá, porque sé que igual no importa si lo estoy o no. Y para todos la vida sigue, mientras que para mí se detiene con cada uno de ellos y el dolor que me provocan.

  La semana pasada hice algo que juré jamás hacer. No quería, pero me rendí. No lo podía soportar más. El dolor, los pensamientos, la soledad. No poder dormir, no querer comer, no tener ganas de hacer lo que sea. Por un segundo pensé que si lo hacía todo iba a estar mejor; que todo iba a estar bien. Creí que una clase de dolor podría anular a otro, pero la verdad es que se terminaron combinando en uno más grande; en uno peor.

  Decidí hacerlo el jueves a la noche, después de cenar y cuando todos estaban durmiendo. Elegí ese día porque el viernes no teníamos clases y por lo tanto tendría tiempo suficiente para recuperarme y no tener que faltar el lunes. Por supuesto, yo pensé que nadie me iba a descubrir. Que nadie se iba a enterar. Ese jueves tuve una de las dos clases que comparto con todos mis “amigos”.

  No lo hice muy profundo, mi intención no era terminar con todo de una vez por todas. Solo quería entumecer todo lo que estaba sintiendo. Todo lo que aún siento. Lo que siempre sentí. Quería probar cómo era la sensación, si servía de algo. Lo único que conseguí fue empeorar las cosas y crear cicatrices para toda la vida.

  Mis padres me terminaron descubriendo; obviamente, porque nunca me puedo salir con la mía. Se dieron cuenta, por cómo movía los brazos, de que algo raro me estaba pasando. Intenté distraerlos, hacerles creer que no era nada, pero al final no funcionó. Terminaron llamando a mi psicóloga, y yo terminé en una guardia psiquiátrica por 72 horas, bajo vigilia por riesgo de intento suicida. No estaba intentando suicidarme; no quería, no era mi intención. Solo quería acallar las voces. La voz, en realidad; la mía, dentro de mi cabeza, esa que repite una y otra vez que estaría mejor muerta.

  Me pasé todo el finde largo escuchando a psicólogos y psiquiatras, hablando con ellos y tratando de hacerles entender que no quería morir; que no quiero morir. Mi deseo no es quitarme la vida; yo solo quiero, necesito, encontrar una buena razón para seguir viviendo. No está en mis “amigos” ni en mi familia; y no va a estar en mi “futura pareja”, porque no existe ni va a existir. A nadie le voy a importar tanto, nunca.

  Durante esa estadía en el hospital, aproveché a escribir. Escribí mucho, y sobre muchas cosas. Lo más importante -lo más significativo, creo- es que escribí lo que quiero que esté escrito en mi lápida una vez que muera, si es que tengo una, obvio. Lo cual no creo, porque dudo que a alguien le importe lo suficiente como para costear una lápida en la cual ponga algo que yo quiero escrito en ella.
Así que mi epitafio, breve y conciso, dice así: “Jamás amada, jamás querida y jamás deseada.”


Fin