sábado, 4 de noviembre de 2017

4

(1-800-273-8255 - Logic)


1

   Siempre fui muy sensible, muy emocional. Con el paso del tiempo aprendí a construir muros a mi alrededor, a no dejar que las cosas me afecten tanto. Aprendí a no dejar que me vean llorar; a aparentar ser indiferente. Porque los niños pueden ser crueles, pero nunca conscientes de las consecuencias que tienen sus palabras y acciones. Un gesto, una mirada, un silencio…pueden dejar heridas que no sanan.

   Cuando era chica lloraba con frecuencia y facilidad. Solía ser mucho más buena e inocente; ingenua y clemente. Uno de mis recuerdos más antiguo es el de estar llorando en la escuela, por algo, y ver a mis compañeros y amigos reírse de mí por hacerlo delante de ellos. Por ser débil; por mostrar lo que siento. Lo recuerdo tan nítidamente, y aún duele.

   Una de mis primas una vez me dijo que no debería dejar que los demás vean mis lágrimas; que sepan que lo que me hicieron o dijeron logró afectarme. Ella me dijo que tenía que ser fuerte, que no tenía que dejar que me pasaran por arriba. Ese consejo se terminó convirtiendo en una filosofía de vida casi.

   Hoy en día, si lo puedo evitar, no lloro en frente de nadie. No permito que vean mis debilidades, mis defectos y carencias. Trato de ser lo más fuerte posible, como una fortaleza impenetrable. No dejo que nadie pase a través de mis muros, y mucho menos que los derribe.

   No voy a dejar que nadie más se vuelva a burlar de mí por sentir algo, lo que sea. Mis sentimientos son solo míos, solo yo los puedo juzgar. Nadie más.



2

   Con el pasar de los años, empecé a hablar cada vez menos. De chica hablaba hasta por los codos; todo el tiempo y muy fuerte, porque cuando me entusiasmo no puedo controlar el volumen de mi voz. Supongo que es normal en la niñez, y en mi caso especialmente porque siempre pensé demasiado…y solo quería expresar, exteriorizar lo que pasaba por mi cabeza.

   Ahora pienso más que antes, obviamente, pero digo mucho menos. Las cosas importantes, los temas serios, los discuto con un puñado de personas, con aquellas en las que puedo confiar. Con el resto, habló de cosas triviales, si siquiera converso en absoluto.

   Yo entiendo que mis padres, quienes convivían conmigo todo el tiempo y también trabajaban, a veces se cansaran de escuchar mis incesantes comentarios acerca de todo. Pero no creo que sean conscientes de los efectos que tiene callar a un infante de mala manera, mostrando un claro deseo por no escucharlo. Yo lo recuerdo perfectamente, como si fuera ayer, el darme cuenta de que no querían oírme; de que estaban cansados de mí en cierta forma.

   Así que dejé de hablarles prácticamente, solo les comunicó cosas estrictamente necesarias o cien por ciento insignificantes. Los temas serios e importantes, las cosas íntimas y personales, no las menciono; me las guardo para mí o las comparto con aquellas personas en las cuales puedo confiar, aquellas que sé que me quieren escuchar.

    Callar hace mal, pero prefiero no decir nada antes que perder el tiempo hablándole a quien no está interesado.



3

   Era joven cuando me pasó esto, lo sé, pero eso no invalida mis sentimientos en aquel momento. La edad no desestima el dolor, el trauma. Yo siento con fuerza, con intensidad y pasión; yo no siento a medias. Puedo sentir todo o sentir nada, no hay un intermedio. Mi primer enamoramiento en serio lo tuve a los 12-13 años. Me enamoré en primer año de un chico de tercero. Intenté acercarme a él, hacerme su amiga, y en un momento de debilidad le dije lo que sentía por él.

   Yo ya sabía que él no gustaba de mí, y yo no esperaba ser su novia. Yo solo quería ser su amiga, nada más. Para mí eso era más que suficiente. Después de todo, tan solo estar cerca de él me hacía feliz. Su respuesta fue la que esperaba: que él no correspondía mis sentimientos. Su reacción, sin embargo, fue demasiado para mi pobre corazón. Me dejó de hablar y empezó a evitarme en el colegio, sumiéndome en tres meses de depresión. Recién pude superar cualquier sentimiento que aún sintiera por él un año y medio después.

   De todas formas, la experiencia fue tan traumática que el miedo me prevalece hasta el día de hoy. No importa cuánto tiempo pase, la idea de que vuelva a pasar lo mismo me aterroriza desmesuradamente. Tan solo pensar en eso es suficiente para paralizarme, para  que me acobarde. Solo si estoy segura de que la otra persona también gusta de mí soy capaz de confesar mis sentimientos, de lo contrario me los trago.

   No me importa si me lo tengo que llevar a la tumba o esperar a que se me pase el amor, no voy a permitirme vivir eso nunca jamás.



4

   ¿A cuántas personas en el mundo sus padres los han educado parcialmente con violencia? ¿A cuántos nos han pegado por portarnos mal? ¿Cuántas víctimas de la violencia doméstica fueron justificadas bajo la premisa de ser una forma de “educación”? Yo creo que somos varios, demasiados.

   Yo mentía mucho de chica, y aún lo sigo haciendo, solo que ahora me sale mejor. Mentir en mi casa a veces tenía la consecuencia de que mis padres me aplicaran uno de esos famosos “correctivos”. Mi padre una vez, en mi propia habitación me abofeteó hasta hacerme sangrar la nariz…solo por mentir.

   La violencia deja marcas más allá de las físicas. Mi hermano adoptó en cierta forma esas enseñanzas, desquitando su ira conmigo simplemente porque podía; porque yo era más chica, más débil y su hermana. Crecí con un “hermano” que parecía más mi verdugo que mi familiar. Crecí con miedo a mi propia familia, con miedo a mi hogar. Nunca pude sentirme segura en mi propia casa. Vivía con miedo de ser golpeada, estrangulada, siempre que mi hermano o mis padres se enojaban conmigo. Hoy vivo con miedo de repetir mi niñez.

   Hoy vivo con incomodidad, con miedo, con repugnancia, con desconfianza…al contacto humano. No puedo evitar tensarme cada vez que alguien me toca, no puedo evitar pensar subconscientemente que me quieren lastimar. 

   No me gusta que me toquen, me incomoda. Y aun así lo que más quiero es encontrar a alguien que me haga sentir segura como nadie más logró hacerlo. Alguien que me pueda tocar sin hacerme sentir nada más que su contacto, y quizás su afecto también.

   Quiero abrazos, caricias, besos, roses, que me tomen de la mano…sin que me sienta asustada, incómoda o asqueada. Quiero que me hagan sentir a salvo. Quiero contacto humano sincero y benigno.

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   Muchas veces no somos conscientes del impacto que nuestras palabras y acciones pueden tener en los otros, ni de lo permanentes que éstas puedan ser. Yo tengo que vivir con todos mis traumas, como millones de personas más. Pero yo tuve que aprender por mí misma, porque nadie estuvo ahí para ayudarme, para guiarme, para asegurarme que todo iba a estar bien. Nadie lo vio, nadie lo notó. Y el que lo hizo, calló. 

   La próxima vez, toma consciencia; no por mí, sino por los demás. Uno nunca sabe cómo pueden ser afectadas las otras personas. Y mejor prevenir que lamentar.


Fin

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